domingo, 19 de abril de 2009

son las armas del general según leopoldo brizuela

La única arma con que contaba Sheherezada para luchar por su vida era, como sabemos, el propio arte de contar historias. El sultán, como a tantas, la había condenado a morir no bien el sol iluminara el aposento de la única noche en común; pero ella había comenzado a contar una larga historia demostrando tal pericia que el Sultán, ansioso de conocer el final, fue postergando su condena durante mil y una noches. El libro de Ingrid se inscribe en esa misma tradición de narradoras cautivas que, teniendo aparentemente al cautivador como único destinatario, buscan liberarse, hablarnos a nosotros y liberarnos por la palabra.
En la época que a Ingrid le tocó escribir este primer libro ya no había sultanes árabes, ni habían llegado todavía los sultanes sirios que padecemos hoy. La autora, desde el corral de las mujeres, cuenta cuentos a los amos de la Argentina de los años 80 a los que ha conocido, dada su edad, no en su época de represores, sino de infatuados dueños del poder y la gloria; pero están todos, como en los manuales de Eduardo Galeano. Los ricos, los militares, los curas, las señoras gordas, los padres, los maridos, los novios y hasta los bañeros. Sólo faltan, quizás, los jóvenes poetas.
Ahora bien, como ya lo sabía Sheherazada, tratar de atrapar la atención del Sultán implica elegir historias que él –por lo menos en un principio- no se niegue a escuchar, y hacerlo con un lenguaje que no es el de los sometidos sino el de los sometedores. Implica, por lo tanto, empezar a trabajar los cuentos desde las imágenes y las palabras del Sultán. Los cuentos y las palabras con que Sheherezada se gana la vida no son, seguramente, las que contaría a sus compañeras del harem ni las palabras con que cuenta los cuentos la gente que vive fuera del palacio del Sultán. Del mismo modo, el trabajo de Ingrid, responde a los gustos de los sultanes de nuestra época: Ingrid les propone contarles sus cuentos tal como los ha oído hablar durante tantos años de cautiverio, entra en sus casas y en sus camas vestida, no como una chirusa o una subversiva, sino con las ropas que ellos prefieren; pero dentro el cuerpo es otro, el cuerpo de la cautiva que lleva memoria de su cautiverio en la piel y en la carne, y no bien seduzca, como el travesti, se descubrirá.

Así, una de las protagonistas empieza a contar un cuento a un cura, y su lenguaje y su corrección de maneras ganarían una audiencia con el mismísimo Quarraccino; en un libro lleno de generales y capitanes, hasta los hechos aparentemente más inofensivos y más lejanos de la profesión, suelen describirse con palabras como “secuestrada”, “desaparición”, “desfile” “amenazas”, “detención”. En otro cuento, aún más inquietante, habla del día de la resurrecciòn de los cuerpos pero no la expresa con las palabras jubilosas de la Biblia sino con esta frase que, por paradoja, sólo sacada de contexto revela su hondo significado. “Demasiado expuestos: nos amenazarán. Las muertes desnudas desfilando. En la plaza.” Y así, bajo esa aparente adhesión al enemigo, deja aflorando la otra zona en que la cautiva logra ser ella y hablar con nosotros. Esta capacidad de revelar el siniestro lado oculto de lo más inocente es lo que aporta Ingrid a la táctica de Sheherezada. Porque Ingrid, como decíamos, ya no sólo se conforma con lograr su propia sobrevivencia; una vez que ha seducido al sultán con sus cuentos, no se contenta con el indulto como Judith, después de haber emborrachado a Holofernbes, le corta la cabeza, y se gana la libertad de contarnos los cuentos a nosotros.
Yo voy a apuntar sólo algunos de los recursos de narradora con los cuales las protagonistas de Ingrid logran a la vez seducir y descalabrar a sus enemigos, porque creo que, por razones obvias, pueden resultarnos múy útiles.
Los temas que suele elegir Ingrid para contarle a los sultanes son los de sus propias victorias. ¿Qué sultán puede no ceder a la sugestión de sus triunfos? Ingrid cuenta, por lo tanto, imbuída de la energía de esas fuerzas que le permitieron vencer al sultán, esas fuerzas tanáticas que permiten encumbrarse a todo sultán argentino.
En fin: Ingrid habla casi siempre de la muerte y de la manera en que los asesinos quieren matar la propia muerte, ahogando su grito. Pero en un momento dado de la narración, embriagada de esa propia violencia, la prosa va pasando, sutilmente, de la enunciación de una victoria a la mención de los muertos y los derrotados, de la descripción austera a la denuncia, del elogio al criminal a la revelación de la misma enorme magnitud de los crímenes.
Y más aún: su voz, a fuerza de narrar violencias, se va cargando de una energía tan violenta en sí misma que pronto empieza a ejercerse contra el sultán mismo. El sultán, hasta hace un momento tan hechizado por los cuentos de Ingrid, ahora quisiera dejar de escuchar a esta otra loca que le tocó no en la plaza sino en la mismísima cama; pero ha caído en su trampa y deberá escuchar la súbita voz de la víctima. La seducción de Sherezada es ahora, en Ingrid, violencia; Ingrid viola al sultán y lo obliga a hacer lo que ella quiere. Son las armas del general, pero en manos de su víctima.
Y por otro lado, la violencia de lo narrado empieza a contagiarse al mismo cuerpo de la narración, labra una forma nueva digna de una voz nueva y hasta ahora muda. El tono, claro, pasa de la obsecuencia al chirrido, de la seducción a la protesta, de la loa a la denuncia. Pero también estalla el mismo hilo de la historia tal como la tradición lo preveía: aunque los cuentos comienzan con la prolija eficacia que poseía Sheherezada, de pronto la historia se quiebra, se desdencadena, estalla, las acciones de los personajes reflejan almas secretas, los protagonistas dejan de serlo y los héroes son otros, los finales se bifurcan o se repiten, cambiados. Todo se enloquece a imagen de la loca. El mundo mítico en el que los sultanes asientan su poder estalla en mil pedazos y ya no hay libro que sustente su perduración. Al menos no este librito rojo sangre.
Y más aún: embriagadas del poder de que gozan respecto del sultán, las cautivas suelen proponerle al sultán pactos nuevos, nuevos lugares donde cada uno habite. Pactos que –dicen- nadie sino ellas mismas conocerán; pero de los que, por supuesto, nos enteraremos todos los que leamos estos cuentos. Los sultanes acceden, abdican y quiebran sus propias reglas. El cura pecará con sólo escuchar el cuento, y merece el infierno. El abandonador muere víctima de haber abandonado.
Así, pronto entendemos que para Ingrid no es esa segunda persona, la del Sultán, la verdadera destinataria; sino nosotros, los lectores que podamos advertir de entrada que la víctima está engañando al victimario, guiándolo con su aparente obediencia y el hechizo de sus cuentos, al matadero. “Mirá que desgraciada, mirá como lo agarra de las narices y lo psicopatea y lo mata”, me comentaba un amigo a quien presté ayer el libro. Son las armas del general en manos de la víctima.

Hay una escritora igualmente violenta que yo adoro, y con cuyo recuerdo me gustaría cerrar. Se llama Flannery O`Connor. Ella decía: “No soy escritora de sutilezas, soy escritora de lo que salta a la vista”. En este aspecto, como en muchos otros, Ingrid se parece a O´Connor. Sus historias no narran precisamente “Las dulzuras del hogar”, pero cabría preguntarse: ¿No hay en ello enorme sutileza de percepción, gran profunidad de coraje? Bajo el silencio, captar no sólo el grito de las muertes sino la voces de las vidas silenciadas es quizás el trabajo más profundo que nos ha tocado a nosotros, pobres poetas videntes y ciegos a la vez. Una vez ganada su sobrevivencia, una vez satisfecho el Sultán y muerto de una verruga mal curada, las historias de Sheherezada siguieron sirviendo para la supervivencia, en la memoria de la humanidad, de todo su pueblo. ¿Quién no podrá leer este libro dentro de algunos años sin sentir que es nuestra misma memoria? Un lugar de nuestra memoria cautivo y aún secreto, pero capaz del mayor de los triunfos si solo accedemos a contarlo con sus propias leyes.



Leopolzo Brizuela
(texto de la presentacion de Son las Armas del General en 1992)

2 comentarios:

  1. Qué buena presentación la de Brizuela, muy original, muy lograda. Ya mismo corro a leer nuevamente el libro. Cuando pienso que lo presentaste en 1992 me corre un sudor frío... diez años antes de "La Casa 28", y vos naciste como mínimo quince años antes que yo, calculo. Sumando ambas asimetrías a la vez, da veinticinco años... un cuarto de siglo. Parece que vengo medio atrasado.
    Auguri!
    Staffo

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  2. Ajajá! Pero si contamos los años que pasaron desde que publiqué, y que todavía no volví a publicar, me corto las venas con las pestañas postizas de Minnie Mouse. Cómo va, Staffo? Tendríamos que organizar algo, tipo esos días de laburo de las empresas que se van al medio del campo a pensar ideas, pero de amigos -los más afines- o de tribu de escribientes. Aunque, ahora que recuerdo, siempre pensé que esos open day (cómo se llaman?) eran un invento de maridos y maridas pelotud@s para irse de joda todo el día sin que les rompan el espíritu. Bueh, gracias por la visita en el blog. Viste que ahora la gente se visita en los blogs, en los facebook? Mirá que a mi me vendría bárbaro porque en esos lugares no se toma mate, ni alcohol, ni infusiones, por lo cual nadie te pregunta por qué no bebés nada (un problema bastante singular que tengo, no sé si habrás notado: que se me complica ir a tomar un café con cualquiera, fundamentalmente porque no tomo café _ni té, ni nesquick, ni nada_ )pero igual: me desespera eso del facebook. El otro día una chabona que no veo hace 10 años me escribe en el facebook: Ingrid, qué alegría reencontrarte, tanto tiempo! Alegría! Si no nos reencontramos una mierda, Suka! Pero no, la gente esta como loca, te cuenta todo a través de la internés. Me fui al baño, ya vuelvo. Y a mi qué carajo me importa, por el amor del cielo? En fin. Ajajajaja: en fin. Y, encima, capaz que ni leés mi respuesta, que sí podrán leer todos los demás. Esto es la locura. Escuchá: estoy leyendo a Lorrie Moore. ¿Vos la leíste? Voy a hacer un club de fans en el facebook: Catalina, mi hija de once años es fan de club del estilo: Yo también odio las mandarinas porque tienen semillas. ¿No es de alienados? ¿Vos tenés facebook? Yo estoy experimentando y me quedo atónita, además de las horas que me consume. Bueno, seguimos por línea privada. Besos.

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