miércoles, 10 de febrero de 2010

borges, el inmortal (para tele clic)

Reportaje ficción.
Habla Borges, el inmortal

_Discúlpeme, pero no vamos a poder evitar esta duda. ¿No pretenderá usted convencer a todos esos trabajadores periodistas que insisten en dedicar páginas enteras en homenaje al aniversario de mi muerte, que en realidad esta conversación es verdadera?
_ Pero Borges, si usted es inmortal.
_ Mujer, no sea pesimista. A lo único que le tengo miedo es a la inmortalidad del alma, la idea de que uno va a desaparecer totalmente es agradable, reconfortante. Por lo menos lo es para mí. Es horrible seguir siendo y, sobre todo, seguir siendo Borges. Estoy harto de él.
_ Tal vez sea por su fama…
_ La fama es agradable, pero incómoda y riesgosa. Uno siempre tiene la sensación de ser un impostor a punto de ser descubierto.
_ Usted está muerto, ya nadie puede descubrirlo.
_ Usted me descubrió, yo ya no sé si esto es la muerte.
_ ¿No está convencido de su propia muerte?
_ Siempre dudé que eso pudiera sucederme, ¿por qué voy a morirme si no lo he hecho nunca? ¿Por qué voy a cometer un acto tan ajeno a mis hábitos? No sé si me estará permitido un acto tan nuevo para mí como la muerte. Y, por otro lado, a usted no le conviene, si yo estuviera realmente muerto, no podría publicar esta nota.
_ ¿Por qué? Hay tantos que siguen publicando sobre usted a pesar de su presunta muerte. Discúlpeme, pero no me queda claro, usted cree en la inmortalidad del alma?
_ No.
_ Entonces, ¿tampoco cree en Dios?
_ El hecho de que yo no crea en la inmortalidad del alma no significa que descrea de Dios. Además, no sé si Dios necesita de mi inmortalidad personal para sus fines.
_ ¿Los fines de quién?
_ De Dios, Borges.
_ De Dios, no sé. Apenas si tengo claros los míos.
_ Bueno, cuénteme los suyos.
_ Una de las cosas que quiero lograr antes de morir definitivamente, es ser un poeta, ser un escritor.
_ ¿Le preocupa el éxito?
_ No, ni el fracaso. Me parecen irrelevantes y nunca me preocupo por ellos. Lo que busco es la paz, el placer del pensamiento y de la amistad y, aunque sea demasiado ambicioso, una necesidad de amar y ser amado.
_ ¿Por qué decía que no estaba seguro de haber tenido éxito? ¿Cómo es que usted, que ha escrito tanto, todavía espera convertirse en escritor?
_ Estoy arrepentido de todo cuanto he escrito. Pero tantas y tantas páginas mediocres han sido necesarias para obtener, a veces, una buena.
_ Sin embargo es el escritor argentino más leído.
_ Me he convertido en un best-seller sin querer, pero nadie lee mis libros. Por lo general la gente los compra para hacer regalos.
_ ¿Y qué opina de los best-seller?
_ Son una fábrica de pornografía, de escenas de alcoba, de obscenidades. Una cuestión comercial. Por suerte no hay que leerlos: basta con el resumen que aparece en la contratapa.
_ ¿Usted que lee?
_ Yo no leo, releo. La primera vez que leí “El Quijote”, lo hice en inglés. Y luego en castellano. La versión castellana me pareció una pésima traducción.
_ ¿Y los autores nuevos?
_ Para saber si un libro es bueno o no, hay que esperar que transcurran por lo menos cincuenta años. Si después de ese tiempo se sigue hablando de él, es porque es una buena obra.
_ Me refería a los escritores jóvenes argentinos, por ejemplo.
_ No hay buenos escritores jóvenes en Argentina. Si tengo que nombrar uno… bueno debería primero admitir que Bioy Casares es joven.
_ ¿Qué piensa de la televisión?
_ ¡ay! Esos pobres trabajadores.
_ ¿Pobres, por qué?
_ Corren de aquí para allá todo el tiempo. ¿A dónde irán? ¿Sabrán que no van a ningún lado? Me tienen horas enteras cuando me invitan a algún programa para después darme dos o tres minutos. Y lo peor es que nadie pregunta nada.
_ ¿Le molesta ir a la televisión?
_ Un poco, los trabajadores de la televisión son todos muy ingeniosos.
_ Supongo que le agradecerán este concepto.
_ No lo creo, ¿sabe qué quiere decir esa palabra?
_ Sabía.
_ In quiere decir sin… soy todos realmente muy ingeniosos.
_ ¿También su amigo, Antonio Carrizo?
_ ¡Ah! Carrizo, buen muchacho. Se leyó toda mi obra. Pobre, yo no tengo la culpa.
_ ¿Recuerda el día que “Tarzán” tuvo más rating que usted?
_ ¿Cómo?, no le escuché. Mucho he hablado de mi ceguera, pero también soy un poco sordo. Es una defensa natural, orgánica.
_ ¿Y la caricatura que Mario Sapag hacía sobre usted? Recuerda que fue prohibida por el COMFER?
_ Eso demuestra la hipertrofia del Estado, que se mete en todo. Recuerdo que me llamaban para preguntarme si yo tenía algo que ver. No soy tan necio, ¿creían que estaba loco? ¿Cómo va a molestarme que ese buen señor se gane la vida haciendo una sátira sobre mi modesta persona?
_ ¿Por qué los funcionarios consideraron que había que censurarlo?
_ Yo disculpé a esos funcionarios. Si a una persona le dan un trabajo como censor, tiene que censurar algo. De lo contrario, lo echan a la calle.
_ ¿Qué opina de la censura en la televisión en general?
_ Si sirve para atenuar la obscenidad, la pornografía, el mal gusto, puede ser benéfica. Pero en el caso de este señor, ¿cómo era que se llamaba?
_ Mario Sapag.
_ Sí, Mario Sapag. Pobre.
_ ¿Por qué se lamenta tanto?
_ Fíjese que se había tomado el trabajo de parecerse físicamente a mí, se disfrazaba de Borges una vez a la semana _lo cual ya es mucho_, había remedado mi forma de hablar, que posiblemente sea un poco ridículo. Tendría yo que pedirle disculpas a ese actor.
_ ¿Y el periodismo en tevé que valoración le merece?
_ Una vez vino a verme un periodista de canal 13 para proponerme un diálogo público con Herminio Iglesias. “Señor _le dije_, es una hermosa mañana. Le pediría que no la manchara con obscenidades”. Y lo eché, naturalmente.
_ ¿De la infancia, qué recuerda?
_ Pasé gran parte de mi niñez encerrado. No teniendo chicos amigos, mi hermana y yo nos inventamos dos compañeros a los que llamamos por una u otra razón, Quilos y Molino. Finalmente, cuando nos aburrimos de ellos, le dijimos a nuestra madre que habían muerto.
_ ¿Cómo llamaba a su madre?
_ Madre. Prefiero decir madre y padre que mamá y papá. Me resulta impensable decir “Papá nuestro que estás en los cielos”.
_ ¿Cómo empezó todo? ¿Cuándo empezó a escribir?
_ Cuando yo era chico, en mi cuarto había un enorme ropero hamburgués de tres cuerpos con tres espejos. Mi cama era de caoba, que es también como un espejo oscuro. Yo me acostaba y entraba la luz de la habitación de al lado, pero como era muy tímido no me atrevía a pedir que la apagaran. Entonces me veía reflejado en los tres espejos y eso me daba mucho miedo. Yo pensaba: si en algún momento una de mis tres imágenes empieza a actuar por cuenta propia, qué hago yo? Así comenzó todo.
_ ¿Le gusta el cine argentino?
_ "Los muchachos de antes no usaban gomina" es uno de los mejores filmes argentinos, vale decir, uno de los peores del mundo.
_ ¿Se siente argentino?
_ Creo que sentirse ciudadano de un país entraña un acto de fe, pero por supuesto que soy argentino. Soy argentino de un modo indefinible, inescrutable. Por supuesto, lo que no soy es latinoamericano, ¿qué es eso? Yo me siento como argentino, no como un brasileño, un colombiano o, aún, un uruguayo. Lo que quiero decir es que nunca pienso que soy mexicano. ¿Por qué habría de pensar que soy un mexicano cuando en realidad no lo soy?
_ ¿Cómo argentino le interesa la política?
_ Todos me preguntan sobre eso y a mi no me interesa la política. Nunca me ha interesado. La verdad es que nunca leo los periódicos. No tengo tiempo y, aunque tuviera, no me interesan. ¿Por qué tienen que relacionarlo todo con la política? Si por lo menos me dejaran tranquilo, si por lo menos respetaran que a uno no le interesa la política. ¿Por qué no me pregunta sobre literatura? Sabe, yo soy escritor y de literatura es de lo único que sé hablar. Hay que charlar, simplemente charlar. ¿Por qué ahora ya nadie sabe charlar?
_ Pero nosotros ya charlamos sobre literatura, hablemos de su trabajo en la Biblioteca Nacional.
_ Resistí en la Biblioteca Nacional alrededor de nueve años. Fueron nueve años de profunda infelicidad. En el trabajo, los demás no se interesaban sino por las carreras de caballos, los partidos de fútbol y los chistes obscenos.
_ Y a usted no le gusta el fútbol...
_ El fútbol es una prueba de que lo ingleses le hicieron mucho mal al mundo. ¿A quién se le ocurre? Once personas preocupadas por una pelota.
_ Estábamos en la Biblioteca...
_ Sí, después, cuando renuncié a mi puesto, me sentí un poco vacío, desgajado... Y además la idea de estar jubilado, lo melancólico de esa palabra.
_ ¿No le gusta la vejez?
_ No se la aconsejo a nadie, pero si llega: mejor resignarse.
_ ¿Fuma?
_ Más de una vez intenté fumar marihuana, pero siempre fracasé. Finalmente opté por quedarme con las pastillas de menta.
_ ¿Qué otra cosa le gusta?
_ Las uvas, me pasaría todo el año comiendo uvas. La manzana, en cambio, no me parece una fruta. No sé por qué tiene tanto prestigio bíblico.
_ Discúlpeme, Borges, pero no puedo dejar de preguntarle su opinión sobre nuestro actual presidente.
_ Usted es muy sutil, pero no voy a darle mi opinión. No suelo hacer juicios acerca de personas que no pueden responder. Mire, le diré: en 1914 llegué a Suiza y pregunté quién era el presidente. Nadie lo sabía. Qué sabios los suizos, ¿no?
_ Borges, usted es realmente Borges?
_ "Soy pero soy también el otro, el muerto/el otro de mi sangre y de mi nombre..."
_ ¿Ha muerto, entonces?
_ No, pero mi muerte es irremediable. ¿Cómo convencer a todos de que sigo aquí?

Ingrid Proietto
año 1991
revista tele clic
editorial atlántida

domingo, 19 de abril de 2009

son las armas del general según leopoldo brizuela

La única arma con que contaba Sheherezada para luchar por su vida era, como sabemos, el propio arte de contar historias. El sultán, como a tantas, la había condenado a morir no bien el sol iluminara el aposento de la única noche en común; pero ella había comenzado a contar una larga historia demostrando tal pericia que el Sultán, ansioso de conocer el final, fue postergando su condena durante mil y una noches. El libro de Ingrid se inscribe en esa misma tradición de narradoras cautivas que, teniendo aparentemente al cautivador como único destinatario, buscan liberarse, hablarnos a nosotros y liberarnos por la palabra.
En la época que a Ingrid le tocó escribir este primer libro ya no había sultanes árabes, ni habían llegado todavía los sultanes sirios que padecemos hoy. La autora, desde el corral de las mujeres, cuenta cuentos a los amos de la Argentina de los años 80 a los que ha conocido, dada su edad, no en su época de represores, sino de infatuados dueños del poder y la gloria; pero están todos, como en los manuales de Eduardo Galeano. Los ricos, los militares, los curas, las señoras gordas, los padres, los maridos, los novios y hasta los bañeros. Sólo faltan, quizás, los jóvenes poetas.
Ahora bien, como ya lo sabía Sheherazada, tratar de atrapar la atención del Sultán implica elegir historias que él –por lo menos en un principio- no se niegue a escuchar, y hacerlo con un lenguaje que no es el de los sometidos sino el de los sometedores. Implica, por lo tanto, empezar a trabajar los cuentos desde las imágenes y las palabras del Sultán. Los cuentos y las palabras con que Sheherezada se gana la vida no son, seguramente, las que contaría a sus compañeras del harem ni las palabras con que cuenta los cuentos la gente que vive fuera del palacio del Sultán. Del mismo modo, el trabajo de Ingrid, responde a los gustos de los sultanes de nuestra época: Ingrid les propone contarles sus cuentos tal como los ha oído hablar durante tantos años de cautiverio, entra en sus casas y en sus camas vestida, no como una chirusa o una subversiva, sino con las ropas que ellos prefieren; pero dentro el cuerpo es otro, el cuerpo de la cautiva que lleva memoria de su cautiverio en la piel y en la carne, y no bien seduzca, como el travesti, se descubrirá.

Así, una de las protagonistas empieza a contar un cuento a un cura, y su lenguaje y su corrección de maneras ganarían una audiencia con el mismísimo Quarraccino; en un libro lleno de generales y capitanes, hasta los hechos aparentemente más inofensivos y más lejanos de la profesión, suelen describirse con palabras como “secuestrada”, “desaparición”, “desfile” “amenazas”, “detención”. En otro cuento, aún más inquietante, habla del día de la resurrecciòn de los cuerpos pero no la expresa con las palabras jubilosas de la Biblia sino con esta frase que, por paradoja, sólo sacada de contexto revela su hondo significado. “Demasiado expuestos: nos amenazarán. Las muertes desnudas desfilando. En la plaza.” Y así, bajo esa aparente adhesión al enemigo, deja aflorando la otra zona en que la cautiva logra ser ella y hablar con nosotros. Esta capacidad de revelar el siniestro lado oculto de lo más inocente es lo que aporta Ingrid a la táctica de Sheherezada. Porque Ingrid, como decíamos, ya no sólo se conforma con lograr su propia sobrevivencia; una vez que ha seducido al sultán con sus cuentos, no se contenta con el indulto como Judith, después de haber emborrachado a Holofernbes, le corta la cabeza, y se gana la libertad de contarnos los cuentos a nosotros.
Yo voy a apuntar sólo algunos de los recursos de narradora con los cuales las protagonistas de Ingrid logran a la vez seducir y descalabrar a sus enemigos, porque creo que, por razones obvias, pueden resultarnos múy útiles.
Los temas que suele elegir Ingrid para contarle a los sultanes son los de sus propias victorias. ¿Qué sultán puede no ceder a la sugestión de sus triunfos? Ingrid cuenta, por lo tanto, imbuída de la energía de esas fuerzas que le permitieron vencer al sultán, esas fuerzas tanáticas que permiten encumbrarse a todo sultán argentino.
En fin: Ingrid habla casi siempre de la muerte y de la manera en que los asesinos quieren matar la propia muerte, ahogando su grito. Pero en un momento dado de la narración, embriagada de esa propia violencia, la prosa va pasando, sutilmente, de la enunciación de una victoria a la mención de los muertos y los derrotados, de la descripción austera a la denuncia, del elogio al criminal a la revelación de la misma enorme magnitud de los crímenes.
Y más aún: su voz, a fuerza de narrar violencias, se va cargando de una energía tan violenta en sí misma que pronto empieza a ejercerse contra el sultán mismo. El sultán, hasta hace un momento tan hechizado por los cuentos de Ingrid, ahora quisiera dejar de escuchar a esta otra loca que le tocó no en la plaza sino en la mismísima cama; pero ha caído en su trampa y deberá escuchar la súbita voz de la víctima. La seducción de Sherezada es ahora, en Ingrid, violencia; Ingrid viola al sultán y lo obliga a hacer lo que ella quiere. Son las armas del general, pero en manos de su víctima.
Y por otro lado, la violencia de lo narrado empieza a contagiarse al mismo cuerpo de la narración, labra una forma nueva digna de una voz nueva y hasta ahora muda. El tono, claro, pasa de la obsecuencia al chirrido, de la seducción a la protesta, de la loa a la denuncia. Pero también estalla el mismo hilo de la historia tal como la tradición lo preveía: aunque los cuentos comienzan con la prolija eficacia que poseía Sheherezada, de pronto la historia se quiebra, se desdencadena, estalla, las acciones de los personajes reflejan almas secretas, los protagonistas dejan de serlo y los héroes son otros, los finales se bifurcan o se repiten, cambiados. Todo se enloquece a imagen de la loca. El mundo mítico en el que los sultanes asientan su poder estalla en mil pedazos y ya no hay libro que sustente su perduración. Al menos no este librito rojo sangre.
Y más aún: embriagadas del poder de que gozan respecto del sultán, las cautivas suelen proponerle al sultán pactos nuevos, nuevos lugares donde cada uno habite. Pactos que –dicen- nadie sino ellas mismas conocerán; pero de los que, por supuesto, nos enteraremos todos los que leamos estos cuentos. Los sultanes acceden, abdican y quiebran sus propias reglas. El cura pecará con sólo escuchar el cuento, y merece el infierno. El abandonador muere víctima de haber abandonado.
Así, pronto entendemos que para Ingrid no es esa segunda persona, la del Sultán, la verdadera destinataria; sino nosotros, los lectores que podamos advertir de entrada que la víctima está engañando al victimario, guiándolo con su aparente obediencia y el hechizo de sus cuentos, al matadero. “Mirá que desgraciada, mirá como lo agarra de las narices y lo psicopatea y lo mata”, me comentaba un amigo a quien presté ayer el libro. Son las armas del general en manos de la víctima.

Hay una escritora igualmente violenta que yo adoro, y con cuyo recuerdo me gustaría cerrar. Se llama Flannery O`Connor. Ella decía: “No soy escritora de sutilezas, soy escritora de lo que salta a la vista”. En este aspecto, como en muchos otros, Ingrid se parece a O´Connor. Sus historias no narran precisamente “Las dulzuras del hogar”, pero cabría preguntarse: ¿No hay en ello enorme sutileza de percepción, gran profunidad de coraje? Bajo el silencio, captar no sólo el grito de las muertes sino la voces de las vidas silenciadas es quizás el trabajo más profundo que nos ha tocado a nosotros, pobres poetas videntes y ciegos a la vez. Una vez ganada su sobrevivencia, una vez satisfecho el Sultán y muerto de una verruga mal curada, las historias de Sheherezada siguieron sirviendo para la supervivencia, en la memoria de la humanidad, de todo su pueblo. ¿Quién no podrá leer este libro dentro de algunos años sin sentir que es nuestra misma memoria? Un lugar de nuestra memoria cautivo y aún secreto, pero capaz del mayor de los triunfos si solo accedemos a contarlo con sus propias leyes.



Leopolzo Brizuela
(texto de la presentacion de Son las Armas del General en 1992)

lunes, 6 de abril de 2009

los ojos de darín

El desafío era hacer una nota con Ricardo Darín donde no se tocara el mentado tema de la separación, del personal trainer, de Natalia Lobo, de los supuestos cuernos en discordia. "¿Para qué querías que hablara? ¿Qué iba a salir a decir? No soy un cornudo....", dice cabisbajo el protagonista de La mujer del presidente. Pero a la tristeza de la grave crisis conyugal que atraviesan Ricardo y Florencia Bas se le agregó la complicación de las guardias periodísticas. En la ficción, Darín es un tipo que cometió un error y vive una pesadilla. En la vida real, Ricardo todavía no encuentra el error, pero asegura que todo se convirtió en un mal sueño.

P:¿Cómo anda La mujer del presidente?
R:Un crítico especializado hizo un comentario que nos llamó la atención, pero prefiero no entrar en detalles porque ya estoy grande, me voy a poner capcioso y pretendo no serlo. De todos modos, lo más importante es lo que le pasa a la gente. Estamos muy conformes. Después, si no colma las espectativas de la crítica especializada no es mi problema.
P: Pero te pone capcioso que una haya sido adversa.
R: A la prensa en general le gustó, pero es cierto, una crítica mala no alcanza para empatar diez buenas. Prefiero no ponerme ácido con este tema porque no conduce a nada y cada uno tiene derecho a opinar lo que quiera
P:¿Cuál es la autocritica de Darín?
R:Que es un muy buen programa, extraordinariamente realizado, hecho con una calidad, una textura y un ritmo impecables.
P: Con la falta de ritmo estuvo más de un especialista de acuerdo.
R: Muchas veces se confunde ritmo con velocidad. Ya vi varios episodios y estoy muy entusiasmado, sobre todo por la progresión que tienen. La historia crece y se pone cada vez más densa y jodida.
P: Estás enamorado... Digo, de la miniserie.
R: Somos solamente amigos... Sí, estamos muy contentos. Aunque siempre te quedás un poco herido cuando no le gusta a alguien.
P: Imposible agradar a todos, Darín.
R: Entiendo que no sea del tipo de espectáculo que todos desean ver, pero los ensañamientos me producen una sensación fea, sobre todo cuando vienen de parte de gente del espectáculo que, se supone, tendría que estimular a los espectadores y promover un ciclo donde, innegablemente, hay mucho trabajo.
P: Nadie va a recomendar algo que no le gusta.
R: Son los mismos que después defienden cosas realmente elementales, por definirlas de una manera perfumada.
P: Alejandro Doria dijo en un programa de tevé que le parecía un ciclo netamente comercial.
R: Es un producto masivo porque el suspenso es un género difícil, pero muy atractivo. La serie se convirtió en un programa de culto. En realidad, nuestro sueño era lograr aquello que pasaba en la televisión de otros años, cuando la gente se quedaba enganchada de una semana a la otra.
P: Suena demasiado pretensioso.
R: No me parece. Trabajamos en un género difícil porque tiene caracterísitcas de super producción sin serlo. Necesitás del amor del equipo para cubrir las necesidades de realización en tan poco tiempo. Las autoridades de Telefé están muy contentas, creo que porque le hacía falta un ciclo de estas características y eso me pone feliz porque puede estimularlos a seguir haciendo este tipo de programas que, en defentiva, redunda en beneficio de los actores porque genera trabajo.
P:¿Para qué pusiste una productora?
R: Lo que tengo es el teatro Regina y lo hicimos porque no nos quedó más remedio. Queríamos producir una obra de teatro, Submarino. Salimos a buscar una sala y la gente de La casa del teatro fue la única que nos abrazó y se sintió contenta con nuestra búsqueda.
P: Así que se metieron en el baile.
R: Baile grande, porque el teatro no estaba en condiciones y tuvimos que reciclarlo. Nos enorgullece saber que lo convertimos en una de las mejores salas de Buenos Aires. Pero eso costó esfuerzo, mucho dinero y más incertidumbre. Por un momento sentimos que todos se iban a poner contentos de que dos actores tomaran una sala tan caída y la pusieran a la altura de lo que había sido décadas atrás. Y eso nos hizo creer, ingenuamente, que íbamos a recibir ayuda.
P:¿No fue así?
R: No sé si porque me llamo Ricardo Darín, pensarán que soy millonario o del jet set, pero no recibimos ayuda de ningún tipo.
P:¿Pensás tirar la toalla?
R:Es un esfuerzo titánico, pero se convirtió en un desafío personal. Queremos sostener esa sala contra viento y marea.
P:¿Te da placer o bronca la inversión?
R: La intención era poner la sala en condiciones para que se autofinanciara, nunca pensé en hacer un negocio.
P:Pero tampoco la pavada de perder dinero.
R: Confío en que las cosas se pongan minimamente favorables. Pero no nos tragamos la píldora de los que dijeron "Vayan para adelante que los ayudamos porque lo que están haciendo es maravilloso, porque el teatro argentino nacional..." y el discurso de siempre.
P: Tendrá que ver con el momento que atraviesa el país.
R:No recuerdo un solo momento de este país en el que no estuviéramos atravesando éste momento. Se trata, simplemente, de que a nadie le interesa.
P:A todos nos da igual si hay una playa de estacionamiento o un teatro allí.
R: Pero nadie lo dice. Queda mejor el discurso de que hay que ayudar a los artistas, pero la verdad es que a los artistas no nos ayuda nadie. La DGI no hace más que atacarnos, sabiendo que el nuestro es un trabajo absolutamente inseguro. A un actor le puede ir bárbaro un año, pero al año siguiente no factura un mango y tiene que pagar lo mismo.
P: Después de esto, ¿qué?
R: Tengo la sensación de que, muy probablemente, lo que haga va a ser un drama recalcitrante porque ultimamente estoy muy dramático.
P: Por primera vez en tu carrera estás fóbico con la prensa. En una nota dijiste que los periodistas son como asesinos a sueldo.
R: Dije que algunos periodistas son como asesinos a sueldo y lo sostengo. Pero detesto las generalizaciones. No creo que se pueda medir a todo el mundo con la misma vara. Sin embargo, la actitud de algunos tipos es la de cierta impunidad.
P: Estás con bronca hacia la prensa. ¿Por qué?
R: Me comí muchas traiciones.
P:Estás hablando concretamente de la tapa de Gente, donde vinculaban a tu mujer con su personal trainner.
R: No puede ser que yo, que dediqué gran parte de mi vida a satisfacer las necesidades periodísticas de cuanto muchacho aparecía delante mío, termine siendo atacado de esta manera. A mí llegaron a decirme: "Si no me das esta nota, no me efectivizan en la editorial" y acepté entrevistas ridículas que nunca debí haber hecho sólo por eso.
P: Estás indignado.
R: Sé que el de ustedes es un trabajo y lo defendí siempre. Justamente por eso no acepto que se me toque el culo de esta manera. Se metieron conmigo, involucraron a mi mujer y a mis hijos, no me queda otra que condenar.
P:Y la sentencia es que todos los periodistas son mercenarios.
R:Estoy herido. Aparecen señoras directoras de importantes revistas que te dicen en la cara y sin ningún tipo de vergüenza: "Perdoname, pero las cosas están mal, la competencia entre los medios es feroz, no tuve más remedio que matarte". Estoy entristecido con la prensa, me siento violado.
P: Será todo una porquería, pero la gente compró esa tapa y paga por saber los por menores de las relaciones de un actor con su mujer. ¿Por qué gustan este tipo de cosas?
R: El otro día estaba mirando una película pornogay y me preguntaba exactamente lo mismo. Ahí había trabajo, había una serie de actores porno gay. Creo que algunos ni siquiera eran gay, eran simplemente actores porno dispuestos a hacer cualquier cosa. Realmente no podía creer lo que veía, pero al mismo tiempo me di cuenta de que existía un mercado debido al cual se tomaban todo ese trabajo.
P:Y, suponés, lo de la prensa del corazón debe ser lo mismo...
R:Mi mujer y yo nos comimos una persecución que duró más de 15 días. Un domingo Flor salió con los chicos y la empezaron a seguir dos autos. Flo me llamó y le pedí, por favor, que se volviera a casa. Mirá, si llega a chocar y les pasa algo a mis hijos porque la están persiguiendo unos periodistas en busca no sé de qué, me agarra un ataque de locura...
P:Volvemos sobre lo mismo, el tipo lo seguía porque le da resultado.
R:Estimular la parte más miserable del ser humano no es honroso. Por buenos resultados que dé, me da asco. Todos somos morbosos, lo que no significa que los responsables de los medios de comunicación pierdan de vista que hay ciertos límites. Se resguardan en la mediocridad del "Sálvese quien pueda", pero acá no se salva nadie. La falta de sensibilidad es tan grande que explica temas mucho más profundos.
P:¿Cómo cuáles?
R:Los chicos que se mueren de hambre. Cada vez son más los que te paran en los semáforos. ¿Y nosotros? En lo único que pensamos es en zafar hasta la próxima esquina. Es penoso. Se perdió el buen gusto, el sentido de la ética. La Argentina pasa ciclicamente por los mismos lugares y, sin ánimo de parecer desestabilizador, hay cosas que me dan mucho miedo. Me aterra tanta gente sin trabajo y muchísimo más tanta gente sin educación. Estamos condenados a muerte.
P: Más que desestabilizante, suena apocalíptico.
R: Estos chicos que hoy no estudian, que no van al colegio porque están tirados en la calle, chiquitos de cinco años que están ahí, a las doce de la noche cagados de frío, con los mocos hasta la rodilla... No podemos prentender que ellos que hoy no tienen una contención amorosa, dentro de cinco años sean gente con buenas intenciones. Nosotros no los estamos tratando bien, ellos no tienen porque tratarnos bien a nosotros. Sienten desprecio por la vida, porque la vida cada vez les da menos. Me emociono con los chicos que son respetuosos naturalmente porque ponen un esfuerzo individual muy grande, luchan contra todo. Siempre me pregunto cuánto tiempo aguantarán, cómo harán para resisitir que todo sea en contra y ellos con sus buenas intenciones. ¿Cuál será el día que les estalle la cabeza y se vengan encima a decirte: "Dame la plata o te mato"?. Pero los medios no hablan de eso porque están preocupados por si fulanita se cambió las tetas y menganito está saliendo con su personal trainer. Creo que algún día vamos a pagar un precio muy caro por toda esta hibridez, por esta estupidez generalizada, por esta falta de seriedad.
P: Duele lo que decís, Ricardo.
R: Sé que parece un discurso comunista, pero no me preocupa. Creo que todos pensamos lo mismo, pero algo pasa porque nadie lo dice. O lo dicen y no sale publicado. O sale publicado, pero nadie lo lee porque en letra más grande ponen la noticia de último momento: Menganita top acaba de tener su tercer hijo... No puedo creer que con mi separación se hayan cubierto 15 días de periodismo, te juro que no lo puedo creer. Me da vergüenza ajena. Che, somos una lágrima. Vamos a estar re pálidos en esta nota...
P: La verdad que con Susana estuviste más divertido
R: Porque me conoce a fondo y es muy generosa, me tiró todos los pies. La situación era tensa porque se decía que Natalia Lobo y yo éramos novios y estábamos ahí, juntos. Cuando tomamos conciencia de la trampa en la que estábamos metidos nos propusimos reírnos un rato... Eso generó un climita que terminó siendo divertido porque, además, yo estaba en un día un poco más iluminado que hoy.
P: Y hasta te dijeron que Natalia y Florencia son igualitas.
R: Sí, yo soy un idiota, un imbécil que está tratando de sustituir a su mujer con un clon de ella. Ese concepto me parece irrespetuoso.
P: Sospecho que tu bajón se debe a la crisis de la edad. ¿Por cuál andás ya?R: La de galancito, aunque todavía me lo preguntan, ya la pasé hace rato. Creo que ahora atravieso por la crisis de los 60. Me adelanté un poco porque no quiero que me tome de sorpresa.

ingrid proietto
el espectador
editorial perfil
septiembre de 1997

martes, 27 de enero de 2009

padre nuestro, pésame

Padre yo pequé. No me castigue por eso. Tampoco busco perdón. Solo que lo sepa. Así usted también estará pecando. De pensamiento. Mi deseo es que sea usted quien cometa pecado. Nadie lo juzgará. Para todos, se lo prometo, yo seré la pecadora. Usted solamente la víctima. Usted convertido en el pecado mismo. En mi pecado. Pero cuídese, padre mío. Cuídese de la obsesión. No abusemos. La burla irrita a los jueces. No lo olvide, si usted se pone en evidencia sería un pecador más y quién me perdonaría entonces. Aunque yo no busco perdón. Quiero alguien que me ayude. Un compañero de ruta. Es tan difícil pecar que temo no poder hacerlo. Nuevamente, por supuesto. Porque yo ya he pecado, pero un pecado no me convierte en pecadora, padre. Yo quiero que mi pecado, el suyo, sea mortal. Usted es bondadoso, no puede decir que no. Recuerde que me debe obediencia. Desde antes que yo naciera, padre, usted juró obediencia, obediencia de padre para mí. Obedezca entonces. Es una mano que le pido, nada más. Obedezca y conviértase en pecado.
Lo espero en el final de la calle. Sobre la entrada de atrás. Después de las diez, cuando todos estén durmiendo, soñando en convertirse en pecado. Usted no puede quejarse: el pecado le ha caído como regalo del cielo. No tuvo que salir a buscarlo por ahí. No ha tenido que buscarme, padrecito. Yo llegué hasta usted. Usted es el elegido. Mi cómplice.
Al final de la calle lo estaré esperando. Esta noche. Venga vestido así, de negro, como a mí me gusta. Yo usaré mis ropas de costumbre. Siempre pensé que el blanco sería el color para estos casos. Por lo claro, ideal para la situación. Blanca.
Me encargaré de llevar todo lo necesario. Sea precavido. Que nadie lo vea, que nadie lo siga. Por su condición de padre no se preocupe. Sólo mejorará su buen nombre. Lo convertiré en mártir.
Nada más que ir. De lo otro me ocupo yo. Usted no tiene más que asistir a la cita en el lugar y hora acordados. Ah, me olvidaba, traiga las llaves del desván del fondo. No necesito recordarle que nadie debe verlo. Ni notar la ausencia de las llaves.
Se preguntará por qué usted. Por qué lo he elegido, por qué entre todos los seres lo he elegido a usted. Padre hay uno solo. Y usted es el único que se mantiene inmaculado. Nadie podría condenarlo. Permanecerá sin mancha. Yo purgaré sus culpas, no se asuste. Sólo será un momento. No nos llevará más de treinta minutos. A las once, a más tardar, yo estará en mi cama. Durmiendo. Con todo el peso de mi pecado. y el suyo. Purgaré, no se preocupe, durante toda la noche purgaré sus culpas.
Hasta mañana nadie se dará cuenta. Pero después, en algún momento, alguien necesitará las llaves y no estarán en su sitio. Entonces lo buscarán, padre. Por todos lados, hasta llegar al desván. Que a usted le asusta tanto. No tenga miedo, padre. Conmigo a su lado no hay peligro. Vendrá esta noche y bajaremos juntos, de la mano. No tema, no sentirá dolor. Al menos no en exceso. Todo será tan rápido padrecito. ¿No le molesta que le diga padrecito? Esta noche lo llamaré por su nombre. Quiero que mi pecado tenga nombre.
Recuerde cuando llegamos al pueblo. Pasó mucho tiempo y todavía no ha caído en pecado. Me debe gratitud, padre. Si no fuera por mí, que lo impulsé a pecar conmigo, le hubiera sido imposible ocultarse. Porque de todas maneras habría faltado a la ley divina. Con cualquiera, pero lo habría hecho. Y no cualquiera lo hubiera ocultado. Yo sé lo que le digo. Usted sabe, padrecito. Sólo yo soy capaz de ocultarlo. Téngalo en cuenta. Para los demás usted será un mártir y sólo porque yo lo quiero así. Agradézcame, padre. Necesito su gratitud.
Ahora deme la comunión, quiero estar redimida hasta esta noche. No tengo nada más para confesarle. Permítame la absolución. Impóngame su ley, como desde siempre lo ha venido haciendo. Su ley divina, padre. Toda sola para mí, su hijita de dios padre. Dios madre, dios hija.
Comulgue, padre. Comulgue conmigo. Si me autoriza, puedo ofrecerle el cuerpo del señor. También bebamos del cáliz, lo necesitaremos para esta noche. Padre, no llore. Sonría que le queda bien. Los mártires no deben mostrar signos de dolor. Yo más adelante rezaré frente a su imagen. Dios me salve. A mí, reina y madre de misericordia. A usted, padre. A usted clamará esta hija de Eva, a usted suspirando, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Pero que sea yo, padre, usted esté sonriente. Vamos, padrecito, dios me salve.

Son las armas del general
Nusud, 1992

a punto de ser aplastada por una señora gorda

LA SEÑORA SE sentía amenazada por mi paraguas. Mi paraguas es largo y la señora era gorda. Es decir que puesto el paraguas en forma horizontal era tan largo como ancha la señora.
En algo coincidíamos ella y yo. Las dos íbamos sentadas en el último asiento doble del colectivo. La señora del lado del pasillo. Había sol, cielo despejado. Y yo con mi paraguas. Cuando salí de casa no había sol y al no haber sol había posibilidad de lluvia. Es por eso que llevaba mi paraguas. Hacía tres días que no pasaba por mi casa. Tres tardes. La primera fue la tarde sin sol y desde entonces que no llueve.
Ese día no había sol. Además hacía calor. Y arriba la señora gorda. Toda encima.
Mi paraguas es largo porque en días así, de intenso calor, yo lo uso de bastón. También es útil en casos de señoras gordas que me arrinconan contra ventanillas de colectivos con asientos pequeños.
Ella podría sentirse totalmente amenazada por mi paraguas, pero mi situación era peor, totalmente amenazada por su cuerpo que ocupaba el asiento suyo y casi la mitad del mío.
La señora sigue encimándose, me arrincona contra la pared del colectivo. Auxilio. Es solo en ese momento de desesperación y ahogo que me decido y uso el paraguas. Parece que la señora también saca a relucir su gordura en momentos decisivos. Hasta entonces yo usaba mi paraguas en posición vertical, como pasamanos. Mientras estuvo en posición vertical, el paraguas no era largo, era alto. Altísimo, llevaba mis brazos muy arriba. Casi lejos de la cabeza. Pero ante la alevosía de los kilos de la señora, decidí que debía cambiarlo de posición. Y la posición indicada era la hortzontal. Ella exagera si dice que apuntándola. Mi paraguas es incapaz de apuntar a nadie. Ella apuntaba, con su brazo regordete y lleno de ropa.
Ahora que el paraguas está horizontal es tan ancho como las caderas de la señora. La punta, que no le apuntaba, se dirigía justo hacia los ojos. En cualquier frenada se le habría incrustado en la cara. Redonda, la carota de la señora, iba a quedar con un agujero enorme en el lugar de su ojo derecho. Tuerta, la señora estaría más contenta. Con la mitad de los ojos tal vez apreciaría la mitad de su gordura y la mitad de los futuros paraguas que la amenazarían más adelante.
¿Cómo me habría sentido ese día sin mi paraguas? ¿O al menos sin la mitad de mi paraguas?
De todas maneras, si había alguien en inferioridad de condiciones, era yo. A punto de ser aplastada por una gorda. En cualquier giro a la derecha habría quedado sepultada bajo la grasa de la señora. Claro que el paraguas me hubiera protegido. Actuando de barrera entre mi cuerpo y los cuerpos extraños que había dentro de ella. Porque cada miembro de la señora era como un cuerpo más. Con vida propia. Con peso propio. Y, ahora que lo pienso, no entiendo, cómo semejante cuerpo puede temerle a un liviano e inofensivo paraguas. ¿Habrá sido siempre enorme la señora gorda? Tal vez engordó de golpe. Una tarde de frío en que ella esperaba que hiciera calor. De pronto creció para defenderse de alguna lluvia inesperada.
Pero estoy segura de que mi paraguas es incapaz de lastimar a nadie, solo si me siento amenazada el paraguas actúa. Pero es en defensa propia. Porque él ya forma parte de mí, como la gordura. Ya forma parte de la señora. Mi paraguas está incorporado a mí como un tercer brazo. Si la señora sigue así, con esa actitud provocadora, prepotente y revulsiva, va a tener que procurarse un tercer ojo. Porque mi paraguas se contuvo pero no creo que haya muchos dispuestos a contenerse como el mío. La señora estaba descolocada de su asiento, ¿si no le alcanza con el suyo, por qué no usa el pasillo en lugar de usarme a mí? De almohadón para acomodar sus rollos absolutamente descontrolados.
El viaje era largo y en semejante situación parecía eterno. Dejé el paraguas en posición defensiva.
Decidí que lo mejor era tratar de dormir . Dejé entonces el paraguas en posición horizontal, a lo ancho del asiento. Fue ahí que me distraje. Parece que la señora roncaba. Era lógico. Semejante cuerpo no puede respirar normalmente. Lo cierto es que mientras yo dormía, la señora molestaba a mi paraguas con su ronquido. Entonces sucedió la tragedia de la cual acusan a mi paraguas. Inocente, por supuesto. En un ataque de descontrol y al verse desprotegido mientras cumplía con la tarea de protegerme, el paraguas, ante las reiteradas prepoteadas del cuerpo de la señora (porque fue la gordura, no la señora) aprovechó el revuelo de una frenada para incrustarse en su estómago. La punta del paraguas justo a la altura del ombligo. De golpe, no más, se introdujo en los tejidos de la señora.
La salud de ella no es lo que me preocupa. Solo mi paraguas. Que alguien se apiade de él. Que lo quiten de ese cuerpo. Porque está a punto de deshacerse a lo largo ya lo alto. Todo encima de mi paraguas.

Son las armas del general
Nusud, 1992

martes, 6 de enero de 2009

El día que me enamoré de Bioy


No recuerdo el año, pero ya lo encontraré en el archivo de El Gráfico. Recuerdo que quería hacer colaboraciones para esa revista, solo para ganar un dinero más, y que mi padre, director de El Gráfico por entonces, no quería que yo escribiera ahí por aquello del padre que contrata a su hija y esas cosas (es cierto también que no había cabida para mujeres en aquella redacción). Pero como es un tipo que no sabe decir que no, me dijo que sí, que hiciera una nota con Adolfo Bioy Casares. ¿Bioy? ¿Y por qué querría Bioy darme una nota para El Gráfico? Ahí, convencido de que Bioy jamás me daría la nota, mi viejo me explicó la afición deportiva de Bioy Casares, su amor por el boxeo, por el tenis... Me compré algunos libros del chabón y empecé a llamar a su secretario para pedirle la entrevista. Comenzó la bicicleta: que llame en otro momento, que ahora no, que mejor lo conversamos mañana. ¿A qué hora le parece?, repetía a cada evasiva y volvía a llamar, siempre un minuto después, de la hora señalada por el secretario o sobrino de Bioy. Pero un día me adelanté a la cita y tuve la suerte de que atendió el teléfono él. Yo no era Rodolfo Braceli que lo había entrevistado tantas veces que podía escribir 10 tomos de entrevistas con Bioy. No lo era ni lo quería ser. Pero era yo y le quería hacer una entrevista para poder entrar a colaborar en El Gráfico, así que me animé y le hice la propuesta. El viejo me dijo que sí inmediatamente y me invitó a su casa, en la calle Posadas, al día siguiente. Me apuré a estudiarme Bioy 1 y 2 y allá fui con Norberto Mosteirín, un fotógrafo que le llevó los guantes de Bonavena para hacer la foto "deportiva". Llegamos a horario pero Bioy estaba durmiendo la siesta. Para mí que fue el ratito de su protocolo para que tuviéramos tiempo de espiar su biblioteca y sus fantasmas.
Lo agarré cansado y viejo, al viejo Bioy, pero fue de los entrevistados más amables y humildes que tuve la suerte de conocer por mi oficio. No sé cómo hicimos pero hablamos como dos horas de deporte, puro deporte. Siempre recordaré que me confesó (todo el mundo lo sabía, pero el me lo confesó) que era un mujeriego empedernido, pero que a esa altura no podía más que invitar a las chicas a almorzar y conformarse con una buena sobremesa... "Ya estoy muy viejo, querida, que si no..." Y ese fue el día que me enamoré de Bioy.
Les pego la nota que publicó El Gráfico, aquí abajo. Debe haber sido una de las notas más cuestionadas de la década. ¿Bioy Casares en El Gráfico? ¿De qué puede hablar ese viejo, por favor?

_¿Cree en Dios, Bioy?_
_No creo en nadie. ¿Usted?_
_¿No le gustaría eludir el infierno, llegar al cielo?
_Solo transaria para ir al cielo si me aseguraran que allá voy a tener una cancha de tenis._
_¿Tanto le gusta ese deporte?
_ Fue una verdadera pasión en mi vida. Jugué desde los 14 años y lamento mucho haberlo dejado pero empecé a tener unos terribles dolores de cintura. El lumbago, que siempre me ha acompañado en la vida, después se convirtió en mi compañero permanente. Entonces temí que me pasara eso en una cancha de tenis y tal vez un poco por vergonzoso, preferí abandonarlo. Pero jugar al tenis es algo verdaderamente hermoso.

Jamás hubiera imaginado que Adolfo Bioy Casares era un apasionado deportista. Tal vez porque la única imagen posible de un escritor es la de un hombre sentado frente a una máquina de escribir, remington en su caso. Y en su “Invención de Morel” no había pistas acerca de esta pasión suya, o tal vez sí, y no le presté demasiada atención. Como tampoco le di importancia a un sitio recurrente en sus relatos. El “Buenos Aires Law tenis” aparece en “Un león en el bosque de Palermo” y en “El don supremo”. Y a poco de pensar supongo que aquellos jóvenes atléticos y crueles que perseguían a viejos gordos, blandos y benévolos en el original de "El diario de la guerra del cerdo”, tienen mucho que ver con el joven Bioy, correcto atleta que lograba con buen promedio los 100 metros llanos. Con “El héroe de las mujeres” logró distraerme del todo y no presté atención a las connotaciones deportivas que sus personajes pudieran tener. Como tampoco lo hice en “Dormir al sol”, acaso el libro preferido de Bioy Casares. La sospecha surgió cuando leí “El campeón desparejo”. La palabra campeón y el nombre del protagonista me llamaron la atención. El personaje central se llama Luis Ángel en claro homenaje a Firpo, mítico campeón de box. Entonces leí las memorias del escritor y lo entendí todo. El tenis y el boxeo aparecen como lugares comunes en sus recuerdos de juventud. Pregunté por ahí y me aseguraron que el mejor amigo de Borges, enemigo declarado del deporte, había sido un buen tenista, un disciplinado boxeador y que hasta había jugado muy bien al rugby.

-Miro tenis por televisión pero realmente nunca me gustó demasiado mirar deportes. Me ha gustado, en cambio, practicarlos. Es más sano. El tenis, además, me dio grandes amigos como Enrique Morea y Alejo Russel.
_¿Conoce a Gabriela Sabatini?
_Desde luego y me gusta mucho como juega. Me enoja que pierda tantos partidos con un tenis espléndido como el que tiene. Debe ser algo psíquico lo que le pasa a esta chica porque, indudablemente, su tenis es superior al de todas las otras.

Hace un año y medio una caída estúpida, como él mismo la describe, le provocó fractura de femur. "Parece que la rotura de femur es siempre ingrata y no se comporta diferente conmigo".
De aquel golpe quedaron incómodas secuelas. Un fuerte dolor los días de humedad y una renguera, probablemenete irrecuperable, lo acompañan desde entonces. Pero el anda, a los 80 años, con su renguera incorporada. Y se mueve con dificultosa rapidez. Le divierte pensar que la raqueta de tenis que llevamos para la producción fotográfica está casi tan deteriorada como la suya. Va en busca de ella pero, en su lugar, encuentra una de squash, que, opina, está en mejor estado. "Tambien jugaba al squash. Pero es un deporte que arruina al tenis porque tiene un golpe diferente, menos elgante que deforma los golpes del tenista". Después se siente honrado de poder tocar los guantes de Bonavena y confiesa que sus manos se perderían irremediablemente dentro de ellos.
_Boxeé en casa. Nunca llegué al ring. Entrené con un boxeador bastante conocido, campeón de peso liviano. Willie Gould. Venía a casa y boxeamos tres mañanas por semana.
_¿Qué se siente?_
_En muy poco tiempo uno siente que ha hecho mucho deporte. Pero una vez recibi dos cross en los oídos y me dio miedo. No me dolió pero sentí que era peligroso. Sostengo que son muy pocos las trompadas que duelen cuando uno boxea pero, aún así, esas pocas pueden ser muy peligrosas.
-Sin dudas usted admiró a Luis Angel Firpo.
_Para mi fue una desgracia personal que no le ganara a Jack Dempsey. No podía creerlo. Esa mañana, yo era muy chico, me levanté a la madrugada y esperé ansiosamente al diariero en la esquina de Vicente Lopez y Montevideo. Entonces me enteré con incredulidad y desolación de que Firpo había sido derrotado, había perdido el título de campeón del mundo, en Polo Grounds, Nueva York. En “La vuelta al día en ochenta mundos” Julio Cortazar cuenta que también para él esa derrota fue dolorosa.
_¿Es cierto que también jugó muy bien al futbol?
_Fui capitán. Nunca concerté matchs con equipos contrarios porque fui un pésimo capitán pero me gustaba mucho jugar. Llevaba la pelota fácilmente al arco enemigo y me faltaba fuerza en la patada para meter el gol.
_¡Que frustración!
_Era solo cuestión de resignarse a pasar a otro la pelota y quedarse mirando cómo hacía el gol.
_¿Es hincha de algún cuadro?
_No sé por qué pero nunca fue hincha de fútbol.
_El fútbol genera grandes pasiones pero también mucho odio._
_Sé que hay violencia en las canchas. Leí lo de la muerte de esos dos hombres en el partido de River-Boca. Me parece increíble. _
_¿Puede entender por qué suceden esas cosas?
-_Quisiera que me lo explicaran a mi. Yo no soy un sociólogo pero me parece algo horrible. Qué raro que gente a la que le gusta el fútbol haga esas cosas. No me parece propio de un espíritu deportista. Creo que el deporte nos enseña a ganar y a perder. Saber perder es realmente muy ingrato pero muy importante para la vida.
_También debe ser necesario aprender a ganar.
_Claro. Es importante saber ganar sin sentirse un rey, no tener menosprecio por el que ha perdido y saber perder sin dejar de sonreir. El triunfo y la derrota son solo suertes que llegan.
_¿Usted era competitivo?
_Creo que mi defecto fue no haber sido suficientemente competitivo.
_¿Por qué dice que es un defecto?_
_Porque estoy convencido de que para poder ganar hay que desearlo mucho. Tal vez sea eso lo que le pasa a Sabatini. No desea el triunfo.
_¿A Diego Maradona le estara pasando algo parecido?
_No lo sé. Opino que Diego es muy bueno. Me asombra lo bien que juega. A veces es una bolita de grasa jugando admirablemente y me parece increible.
_¿Qué otros deportes practicó?
_He nadado bastante bien pero fue algo ejercitado privadamente. Iba a Playa Grande, en Mar del Plata y nadaba todo el largo de la playa mar adentro. Al rugby jugaba bien, era rápido en tres cuartos. ¿Me deja que le cuente una anecdota?
_Claro.
_Con Borges y sus amigos hicimos una revista literaria que se llamaba “Destiempo”. Como casi todas las revistas literarias tuvo vida corta. Tres números. El primero no se vendió nada, el segundo tampoco y el tercero se agotó. Averiguamos cómo podía ser, por qué se había agotado. La habían vendido en una cancha de rugby diciendo: “Destiempo”, la revista para el asiento". La gente se sentaba en nuestra revista y se sentía más cómoda.
_¿Discutía con Borges por su afición a los deportes?
_Borges no era nada deportista, no entendía mi pasión por el deporte. Pero nos entendíamos demasiado bien en la vida como para tener una discusión que no nos conduciría a nada bueno. Además practicarlos jamás me distrajo de la literatura y lamento haberlo dejado. Ahora, claro, ya no podría pero creo que abandoné antes de lo necesario. Realmente yo me sentía muy bien, pisando fuerte en el mundo cuando hacía deporte.
_¿La literatura es más importante que el deporte?
_Creo que la literatura es más importante que nada pero eso no quiere decir que el deporte sea una cosa inferior. Al contrario. Debería arrepentirme de buena parte de mi vida si pensara así y no me arrepiento de nada. Me ha gustado mucho y si yo rejuveneciera milagrosamente, practicaría deportes.
-¿Y cree que los jóvenes deportistas deberían leer un poco más?
-Yo fui a la Feria del libro este año y he tenido una sensación muy agradable. Me encontré con una serie de jóvenes, casi diría chicos, que no solamente me pedían que les firme, porque eso sería el chisme, ellos me hablaban de los libros con interés como si realmente fueran lectores. He vuelto de la feria convencido de que hay muchos chicos que leen.
_Sin embargo se dice todo lo contrario.
_Yo creo que la gente lee. Los libros se venden, no puedo creer que los compren solo para tenerlos de adorno. _Borges decía que compraban su libros para regalarlos...
_Es una respuesta ingeniosa de Borges pero no es cierto.
_¿Lo extraña?
_Muchísimo. He tenido mucha suerte en la vida de tener un amigo como él. Me resisto a hablar en pasado cuando lo menciono.
_¿Se siente importante por ser quien es?
_No. Cómo me voy a sentir así. Me moriría de verguenza en el momento de sentirme mínimamente importante.
_¿Y qué siente cuando escribe?
_Trato de pensar en lo que estoy escribiendo y no en mi. No trato de lucirme y que los demas digan "Pero que riqueza de vocabulario tiene este Bioy" No. Creo que todos esos son caminos para equivocarse. Hay que escribir según lo que le pide a uno el texto que está escribiendo._

Los únicos lugares que frecuenta de su casa de Posadas y Callao son el escritorio y su dormitorio. En esas habitaciones conviven cantidad indefinida de libros, millares de autores. El preferido de Bioy es Leonordo Sciascia. "Un autor italiano que realmente recomiendo. He leído los últimos libros de él, mejor dicho leí todos los libros de él. Y es una pena. Me quedé, ahora, sin libros que leer".
Bioy se levanta a las 8 de la mañana pero recién se baña a las 10. "Me gusta hacerlo descansadamente. Me levanto temprano, al menos creo que para alguien que no tiene ninguna obligación es temprano". Después escribe, almuerza, duerme una buena siesta y vuelve a su escritura.
_¿Y cuándo lee?
_A veces me canso de escribir y leo. A veces me canso de leer y escribo.
_Que le da más placer: ¿leer o escribir?
_Es difícil contestar esa pregunta. Yo siento que tengo que escribir. No hay un día de mi vida en el que no escriba. Y no para cumplir un deber sino porque espontáneamente las cosas escribibles que se me ocurren me obligan a que las escriba. Pero leer, sin dudas, me gusta muchísimo.
-¿Cómo escribe?
_A mano y después le dicto a una amiga que toma nota en esa máquina espantosa que esta ahí.
La máquina espantosa e una maravilla que parece una pieza de museo y teclea a la perfección.
_Los escritores de ahora escriben en computadora.
-Parecería que sí. Yo tengo pereza de aprender.
_¿Ya no quiere aprender cosas nuevas?
_¿Qué cosas nuevas podría aprender?
_No sé. Dicen que todos los días se aprende algo nuevo.
_Y es cierto pero eso, generalmente, no es formulable en una palabra. La vida me enseña cosas. Me enseña a vivir como de golpe.
_¿Con quién vive, Bioy?
_Vivo solo.
_¿Le gusta la soledad?
_No. Pero eso no quiere decir nada. Tampoco me asusta.
_¿Cómo se siente?
_Muy bien. Me gusta mucho la vida y sigo muy contento. Me gustaría vivir para siempre. Si usted me trae un contrato para vivir indefinidamente, ni lo leo. Lo firmo asi nomás, a riesgo de que tenga cláusulas un poco incómodas. Mire, yo sigo siendo feliz a pesar de los golpes terribles que me ha dado la suerte. Sobre todo en los últimos tiempos.
Bioy se refiere a la muerte de su esposa Silvina Ocampo y la de su hija Marta Casares que se le sucedieron como una pesadilla continuada hace unos meses y lo dejaron "demasiado viudo", como él dice._
_¿Cómo se sale adelante?
_No lo sé. Es una especie de milagro. Seguir siendo feliz a pesar de todo.
_¿Existe la formula de la felicidad?
_No hay secretos para ser feliz. Es una cuestión temperamental. No hay que ser mal criado, no hay que creerse el centro del mundo y, entonces, permitirse estar triste por las cosas que a uno le pasan.
_¿Extraña la juventud?
_Claro que sí. Pero solo dos cosas: tener suerte con las mujeres y sentirme muy bien. Me he sentido espléndidamente en mi juventud.
_¿Entonces es verdad que usted fue un mujeriego empedernido?
_Creo que sí. Me encantan las mujeres. Me entiendo mucho con ellas. Me gusta, ahora que tengo una vida más ingenua, almorzar con mujeres. Les cuento lo que voy a escribir. Nunca les doy a leer lo escrito porque eso es un trabajo desagradable. Se cuenta que dos escritores sudamericanos se encuentran y uno le dice al otro: "Si me lee, le leo". Pero creo, en cambio, que contar historias no aburre porque es como contar un cuentito.
_Sigue tan guapo como siempre, Bioy…
_No sea macaneadora...

Ahora Bioy está demasiado cansado. Ha interrumpido su siesta y es un día de una humedad terrible. Su pierna no lo deja en paz. Me quedaría una vida larga hablando con él y, seguramente, su buena voluntad no le permitiría pedirme que me vaya. Pero provoca una sensación de culpa insistir con las preguntas. Saber que a pesar de las molestias físicas y el sueño el seguirá respondiendo. Decido apagar el grabador. No gatillar más el flash para las fotos.
_No lo molestamos más, Bioy.
_Ha sido un placer conversar con usted. Solo le pido disculpas por no haber sido brillante.

IP

Cuando Nacha Guevara no era Evita

No recuerdo para dónde escribí esta nota, seguramente fue para el sitio web Vendavalsur en 2004.

Desde unas semanas a esta parte se escucha mencionar la palabra cultura como si se tratara de un botín que pertenece a unos pocos mientras se lo disputan otros tantos. Se escucha desde hace semanas hablar de presupuestos y porcentajes, como si solo fuera cultura aquello que puede ser abarcado, auspiciado, declarado ado ado por las secretarías nacionales, provinciales y municipales que utilizan (a la pobre cultura) para acomodar sus “prioridades”. Prioridades que poco tienen que ver con la indigencia, el hambre y la pobreza de la que se conmueve el señor secretario de Cultura de la Nación, Torcuato Di Tella (“La cultura no tiene prioridad para el Gobierno ni para mí. La cultura es el gallinero de una casa que se quema”, La Nación 27 de mayo 2004). Parece insólito, sobretodo por la ingenuidad de la provocación, que un secretario de cultura declare que la cultura no le importa y siga siendo secretario de cultura. Sin embargo, lo que no se ha escuchado, no al menos en voz alta, es la repregunta obligada:¿Sr. Di Tella si la cultura no le interesa, por qué no renuncia?
Sucede que hay otra explicación, más profunda que recurrir al “me lo sacaron de contexto” que utilizó el funcionario cuando la Cámara de Diputados lo interpeló o al perfil provocador y risueño con el que lo intentó definir el ministro comodín de Kirchner, Aníbal Fernández. Deberíamos pensar que Di Tella hablaba de otras prioridades cuando mezcló gallinas con margaritas y chanchos con gallineros. Las prioridades de Torcuato tienen que ver con chicanas para repartir el poder, para repartirse el poder. Esa parece ser la única prioridad, al menos para el Sr. Enrique Albistur, secretario de Medios, quien insiste en fusionar a su secretaría, la de cultura en un esfuerzo patriótico para aunar prioridades. De ese modo sumaría 126 millones de prioridades a su cartera, la de Medios claro. Entonces los exabruptos de Di Tella no son tan ingenuos como parecen, pero no por eso dejan de ser vulgares y habríamos de creer que está defendiendo a la cultura, lo que defiende en todo caso, es su secretaría, sus magros 126 millones y su rinconcito de poder.

También se ha escuchado decir que el presupuesto nacional (72,000 millones) destina apenas un 0,17% a la secretaría de Cultura y se ha dicho esto, en muchas ocasiones, contraponiendo el escaso 0,17% de Nación al 4,5% que destina Ibarra para la secretaría de Cultura de la que, ya cree, es su ciudad. Cabría preguntarse más que cuánto destinan unos y otros (y cuánto aconseja la UNESCO -1% mínimo-) en qué se usa. Cómo y para qué. No da la sensación de que el gobierno de Ibarra se ocupe mejor del área con ese 4 y piquito más de presupuesto que dispone.

125, 124, 126 millones es poco. Si lo que hay que administrar es cultura. Ahora, si lo que hay que administrar es otra cosa y si otra cosa se traduce en favores personales… no resulta tan poco.

Se ha escuchado decir, además, que de esos 126 mancillados millones, el 80 por ciento se destina a sueldos como si A) Quienes trabajan para-por-desde-en- cultura no debieran cobrar por ello y/o B) No fuera posible revisar la nómina de ese personal.

Otra cosa que se ha escuchado decir, más que decir gritar casi hasta el alarido histérico, es aquello de cómo era posible que se levantaran los ciclos culturales de Canal 7: el de Cristina Mucci, el de Osvaldo Quiroga y el del mismísimo Torcuato Di Tella (el secretario de cultura al que no le interesa la cultura y sale a declararlo por si no nos hubíamos dado cuenta)… Otra vez cultura en la mesa de Albistur.
Lo que no se veía hace mucho tiempo es celeridad tal por reparar un bache, enmendar un error, recular una orden. Si el señor Aníbal Fernández se ocupara de las otras prioridades más priorizables a las que refería Torcuato con la misma velocidad con que repuso los ciclos de Canal 7, si hubiera encontrado un director para la Biblioteca Nacional con la misma efectividad, la Argentina dejaría de ser Argentina tan rápidamente que esta nota no tendría ningún tipo de sentido (si es que lo tiene).
Lo cierto es que de repente Mucci y Quiroga se convirtieron en los abanderados de la cultura. Popular, nacional y federal ya que es cultura que va por Canal 7 y, por tanto, a todo el país. De vez en cuando, entonces, los próceres llaman a Héctor Tizón a Jujuy y se sienten tranquilos por haber federalizado sus programas. Con Tizón en el estudio garantizan al menos federalismo y cultura. Y lo de popular se lo dejan a presidencia que con los fondos de cultura organiza carnavalitos en la Plaza de Mayo para festejar el día de la patria. Entonces garantizamos popularidad con Diego Torres, federalismo con Piñón Fijo -porque vino de Santa Fe- y cultura con la unión de los factores.
No es la idea hacer una crítica de los programas de Mucci y Quiroga, ni nadie dice que bien levantados estaban. Simplemente: la cultura no se acababa porque se acabaran ellos así como tampoco la cultura ha resurgido porque ellos siguen adelante con sus show televisivos. No es que de igual que estén a que no estén, aunque ¿por qué no puede dar igual? ¿Por qué estaría bien (o no estaría mal) que se levante el programa de agricultura y es para desempolvar el luto y asistir al funeral de la cultura en la Argentina que Cristina y Osvaldo se quedaran sin aire?
¿Cuál es?
La verdad es que ni Quiroga, ni Mucci, ni Albistur, ni Kirchner, ni Fernández, ni Di Tella estuvieron disputando un cacho de cultura, un espacio cultural, una cultura para todos... Lo que se estuvieron disputando y todavía se disputan son los penosos retazos de poder que quedan en la mesa de saldos.
Y seria de una inocencia inaceptable pensar que porque Quiroga y Mucci ganaron (Mucci además logró que el Estado financie su ciclo que hasta ahora había sido una co-producción) ganó la cultura y porque la cultura es de todos y la ley de transitividad nos ampara, ganamos todos; fundamentalmente porque sería estúpido pensar que esta haya sido una pulseada que perdió el gobierno.

También se ha escuchado más de un aullido de “¡No!” cuando se propuso a Nacha Guevara para ocupar la dirección ejecutiva del Fondo Nacional de las Artes que será conducido por el economista Javier González Fraga. No sabría qué responder a la pregunta ¿por qué Nacha sí?, pero se me ocurre preguntar ¿por qué Nacha no? Y en cualquier caso, ok Nacha no, pero: ¿a quién proponés? A quién proponés que diga que sí porque no debe haber mucho Quijote queriendo semejante Sancho Panza.
También se ha escuchado decir que el marido de Ana de Skalon (directora de noticias y no ficción de canal 7, pareja de Miguel Bonasso) esto y la mujer de Don Torcuato (la señora Pilates) aquello. Como si no fuéramos pocos, nos conociéramos mucho y estuviera claro para todos que Skalon deberá rendir cuentas acerca de su gestión más allá de lo legislador y Bonasso que pueda ser su marido y Torcuato debería cumplir con lealtad y patriotismo sus responsabilidades por más Tamara que resulte su pilates, digo su mujer. Es una chicana tan barata buscar el error en la vida conyugal de estos funcionarios de estado que nadie debería haberse permitido usar la relación más que para el chiste fácil con el dudoso efecto que puede tener, incluso, el chiste fácil.
En definitiva, se ha escuchado demasiado bla, bla, bla. Mucho ruido y pocas nueces (y más nueces que cultura). Lo que no se escucharon –ni en los medios, ni en la cámara de diputados, ni en las ruedas de prensa de Aníbal Fernández, fueron propuestas. Lo que nadie preguntó con la debida insistencia es cuáles son las políticas culturales de éste gobierno (y ya que estamos podríamos hacer extensiva la pregunta al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que tampoco explica mucho, menos aún con transparencia, en qué utiliza el 4,5% del presupuesto total que se destina a su secretaría de Cultura). Y hasta suena incorrecto hablar de políticas culturales. Habría que hablar, quizá, de las no-políticas culturales. De éste gobierno y de los anteriores.
Mientras Di Tella se interesa por otras cosas, Nacha decide si asume con taco aguja u overol y el secretario de medios se refriega las manos esperando los buenos resultados de su estrategia, están los que siguen generando espacios verdaderamente culturales, los que buscan y abren camino. Mientras esperamos que se pongan de acuerdo y limen asperezas, están los que siguen bailando, actuando, volando, soñando, escribiendo, publicando, filmando y todos los gerundios que el arte (sin el fondo nacional de…) pueda permitir. Acaso de eso se trate la cultura, aunque no por eso debemos permitir que quienes reparten la torta, ni siquiera se interesen por la torta, ya no se conformen con nada y hasta quieran robarnos la frutilla.