martes, 27 de enero de 2009

a punto de ser aplastada por una señora gorda

LA SEÑORA SE sentía amenazada por mi paraguas. Mi paraguas es largo y la señora era gorda. Es decir que puesto el paraguas en forma horizontal era tan largo como ancha la señora.
En algo coincidíamos ella y yo. Las dos íbamos sentadas en el último asiento doble del colectivo. La señora del lado del pasillo. Había sol, cielo despejado. Y yo con mi paraguas. Cuando salí de casa no había sol y al no haber sol había posibilidad de lluvia. Es por eso que llevaba mi paraguas. Hacía tres días que no pasaba por mi casa. Tres tardes. La primera fue la tarde sin sol y desde entonces que no llueve.
Ese día no había sol. Además hacía calor. Y arriba la señora gorda. Toda encima.
Mi paraguas es largo porque en días así, de intenso calor, yo lo uso de bastón. También es útil en casos de señoras gordas que me arrinconan contra ventanillas de colectivos con asientos pequeños.
Ella podría sentirse totalmente amenazada por mi paraguas, pero mi situación era peor, totalmente amenazada por su cuerpo que ocupaba el asiento suyo y casi la mitad del mío.
La señora sigue encimándose, me arrincona contra la pared del colectivo. Auxilio. Es solo en ese momento de desesperación y ahogo que me decido y uso el paraguas. Parece que la señora también saca a relucir su gordura en momentos decisivos. Hasta entonces yo usaba mi paraguas en posición vertical, como pasamanos. Mientras estuvo en posición vertical, el paraguas no era largo, era alto. Altísimo, llevaba mis brazos muy arriba. Casi lejos de la cabeza. Pero ante la alevosía de los kilos de la señora, decidí que debía cambiarlo de posición. Y la posición indicada era la hortzontal. Ella exagera si dice que apuntándola. Mi paraguas es incapaz de apuntar a nadie. Ella apuntaba, con su brazo regordete y lleno de ropa.
Ahora que el paraguas está horizontal es tan ancho como las caderas de la señora. La punta, que no le apuntaba, se dirigía justo hacia los ojos. En cualquier frenada se le habría incrustado en la cara. Redonda, la carota de la señora, iba a quedar con un agujero enorme en el lugar de su ojo derecho. Tuerta, la señora estaría más contenta. Con la mitad de los ojos tal vez apreciaría la mitad de su gordura y la mitad de los futuros paraguas que la amenazarían más adelante.
¿Cómo me habría sentido ese día sin mi paraguas? ¿O al menos sin la mitad de mi paraguas?
De todas maneras, si había alguien en inferioridad de condiciones, era yo. A punto de ser aplastada por una gorda. En cualquier giro a la derecha habría quedado sepultada bajo la grasa de la señora. Claro que el paraguas me hubiera protegido. Actuando de barrera entre mi cuerpo y los cuerpos extraños que había dentro de ella. Porque cada miembro de la señora era como un cuerpo más. Con vida propia. Con peso propio. Y, ahora que lo pienso, no entiendo, cómo semejante cuerpo puede temerle a un liviano e inofensivo paraguas. ¿Habrá sido siempre enorme la señora gorda? Tal vez engordó de golpe. Una tarde de frío en que ella esperaba que hiciera calor. De pronto creció para defenderse de alguna lluvia inesperada.
Pero estoy segura de que mi paraguas es incapaz de lastimar a nadie, solo si me siento amenazada el paraguas actúa. Pero es en defensa propia. Porque él ya forma parte de mí, como la gordura. Ya forma parte de la señora. Mi paraguas está incorporado a mí como un tercer brazo. Si la señora sigue así, con esa actitud provocadora, prepotente y revulsiva, va a tener que procurarse un tercer ojo. Porque mi paraguas se contuvo pero no creo que haya muchos dispuestos a contenerse como el mío. La señora estaba descolocada de su asiento, ¿si no le alcanza con el suyo, por qué no usa el pasillo en lugar de usarme a mí? De almohadón para acomodar sus rollos absolutamente descontrolados.
El viaje era largo y en semejante situación parecía eterno. Dejé el paraguas en posición defensiva.
Decidí que lo mejor era tratar de dormir . Dejé entonces el paraguas en posición horizontal, a lo ancho del asiento. Fue ahí que me distraje. Parece que la señora roncaba. Era lógico. Semejante cuerpo no puede respirar normalmente. Lo cierto es que mientras yo dormía, la señora molestaba a mi paraguas con su ronquido. Entonces sucedió la tragedia de la cual acusan a mi paraguas. Inocente, por supuesto. En un ataque de descontrol y al verse desprotegido mientras cumplía con la tarea de protegerme, el paraguas, ante las reiteradas prepoteadas del cuerpo de la señora (porque fue la gordura, no la señora) aprovechó el revuelo de una frenada para incrustarse en su estómago. La punta del paraguas justo a la altura del ombligo. De golpe, no más, se introdujo en los tejidos de la señora.
La salud de ella no es lo que me preocupa. Solo mi paraguas. Que alguien se apiade de él. Que lo quiten de ese cuerpo. Porque está a punto de deshacerse a lo largo ya lo alto. Todo encima de mi paraguas.

Son las armas del general
Nusud, 1992

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