martes, 27 de enero de 2009

padre nuestro, pésame

Padre yo pequé. No me castigue por eso. Tampoco busco perdón. Solo que lo sepa. Así usted también estará pecando. De pensamiento. Mi deseo es que sea usted quien cometa pecado. Nadie lo juzgará. Para todos, se lo prometo, yo seré la pecadora. Usted solamente la víctima. Usted convertido en el pecado mismo. En mi pecado. Pero cuídese, padre mío. Cuídese de la obsesión. No abusemos. La burla irrita a los jueces. No lo olvide, si usted se pone en evidencia sería un pecador más y quién me perdonaría entonces. Aunque yo no busco perdón. Quiero alguien que me ayude. Un compañero de ruta. Es tan difícil pecar que temo no poder hacerlo. Nuevamente, por supuesto. Porque yo ya he pecado, pero un pecado no me convierte en pecadora, padre. Yo quiero que mi pecado, el suyo, sea mortal. Usted es bondadoso, no puede decir que no. Recuerde que me debe obediencia. Desde antes que yo naciera, padre, usted juró obediencia, obediencia de padre para mí. Obedezca entonces. Es una mano que le pido, nada más. Obedezca y conviértase en pecado.
Lo espero en el final de la calle. Sobre la entrada de atrás. Después de las diez, cuando todos estén durmiendo, soñando en convertirse en pecado. Usted no puede quejarse: el pecado le ha caído como regalo del cielo. No tuvo que salir a buscarlo por ahí. No ha tenido que buscarme, padrecito. Yo llegué hasta usted. Usted es el elegido. Mi cómplice.
Al final de la calle lo estaré esperando. Esta noche. Venga vestido así, de negro, como a mí me gusta. Yo usaré mis ropas de costumbre. Siempre pensé que el blanco sería el color para estos casos. Por lo claro, ideal para la situación. Blanca.
Me encargaré de llevar todo lo necesario. Sea precavido. Que nadie lo vea, que nadie lo siga. Por su condición de padre no se preocupe. Sólo mejorará su buen nombre. Lo convertiré en mártir.
Nada más que ir. De lo otro me ocupo yo. Usted no tiene más que asistir a la cita en el lugar y hora acordados. Ah, me olvidaba, traiga las llaves del desván del fondo. No necesito recordarle que nadie debe verlo. Ni notar la ausencia de las llaves.
Se preguntará por qué usted. Por qué lo he elegido, por qué entre todos los seres lo he elegido a usted. Padre hay uno solo. Y usted es el único que se mantiene inmaculado. Nadie podría condenarlo. Permanecerá sin mancha. Yo purgaré sus culpas, no se asuste. Sólo será un momento. No nos llevará más de treinta minutos. A las once, a más tardar, yo estará en mi cama. Durmiendo. Con todo el peso de mi pecado. y el suyo. Purgaré, no se preocupe, durante toda la noche purgaré sus culpas.
Hasta mañana nadie se dará cuenta. Pero después, en algún momento, alguien necesitará las llaves y no estarán en su sitio. Entonces lo buscarán, padre. Por todos lados, hasta llegar al desván. Que a usted le asusta tanto. No tenga miedo, padre. Conmigo a su lado no hay peligro. Vendrá esta noche y bajaremos juntos, de la mano. No tema, no sentirá dolor. Al menos no en exceso. Todo será tan rápido padrecito. ¿No le molesta que le diga padrecito? Esta noche lo llamaré por su nombre. Quiero que mi pecado tenga nombre.
Recuerde cuando llegamos al pueblo. Pasó mucho tiempo y todavía no ha caído en pecado. Me debe gratitud, padre. Si no fuera por mí, que lo impulsé a pecar conmigo, le hubiera sido imposible ocultarse. Porque de todas maneras habría faltado a la ley divina. Con cualquiera, pero lo habría hecho. Y no cualquiera lo hubiera ocultado. Yo sé lo que le digo. Usted sabe, padrecito. Sólo yo soy capaz de ocultarlo. Téngalo en cuenta. Para los demás usted será un mártir y sólo porque yo lo quiero así. Agradézcame, padre. Necesito su gratitud.
Ahora deme la comunión, quiero estar redimida hasta esta noche. No tengo nada más para confesarle. Permítame la absolución. Impóngame su ley, como desde siempre lo ha venido haciendo. Su ley divina, padre. Toda sola para mí, su hijita de dios padre. Dios madre, dios hija.
Comulgue, padre. Comulgue conmigo. Si me autoriza, puedo ofrecerle el cuerpo del señor. También bebamos del cáliz, lo necesitaremos para esta noche. Padre, no llore. Sonría que le queda bien. Los mártires no deben mostrar signos de dolor. Yo más adelante rezaré frente a su imagen. Dios me salve. A mí, reina y madre de misericordia. A usted, padre. A usted clamará esta hija de Eva, a usted suspirando, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Pero que sea yo, padre, usted esté sonriente. Vamos, padrecito, dios me salve.

Son las armas del general
Nusud, 1992

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